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Alimento Diario - 1 de Febrero

  

Una profecía tardía

 —El Señor... no deja sin castigo al culpable, sino que castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y la cuarta generación. (Éxodo 34:6-7)

El mundo notó a la pequeña isla de Haití cuando fue sacudida por un terrible terremoto hace un poco más de un año. Las noticias hablaban de las miles y miles de personas que habían muerto o desaparecido, y de muchos más habían quedado sin hogar. Muchos decidieron ayudar enviando alimentos, ropa y dinero, orando, o yendo personalmente.

De entre la comunidad cristiana se escuchó una voz (no mencionaré el nombre de la persona) que dijo que el terremoto era un castigo divino porque en un momento, hace muchos generaciones, los haitianos habían hecho un pacto con el diablo.

Con tal afirmación yo tengo un problema.

En la Biblia, cuando Dios iba a infligir castigo a su pueblo, enviaba a un profeta, algunas veces a todo un grupo de profetas, para advertir a las personas lo que les ocurriría si no se arrepentían. Dios siempre les daba la oportunidad de enmendar sus caminos. Si lo hacían, ¡maravilloso! Si no, el castigo se encargaba de las cosas.

Esta es la primera vez que oigo a Dios enviar un profeta <b>DESPUÉS</b> que ocurriera el castigo. Es la primera vez que oigo a un profeta que no dijo lo que habría de ocurrir, sino que explicó lo que acababa de suceder.

Sin duda alguna, Dios castiga el pecado. Y las Escrituras dicen que si los nietos copian los pecados de los abuelos, ellos recibirán castigo igualmente. Pero esta clase de interpretación de eventos naturales muestra la figura de un Dios Trino que me hace sentir incómodo.

Mi Señor envió a su Hijo para salvar a los perdidos, sacándolos de la oscuridad a la luz  y sanando sus almas. Mi Salvador lloró a causa de una Jerusalén que no se arrepentía ni se mantenía unida.

Ésta es, sin duda, una figura mucho mejor y más exacta de nuestro Dios de misericordia y amor.

ORACIÓN: Padre celestial, estoy profundamente arrepentido por los pecados que he cometido. Me regocijo en el perdón que me das a través del sacrificio del Salvador... un perdón completo y total. En el nombre del Salvador. Amén.

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