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Moisés, Isaías y la santidad de Dios - Primeros15 - 16 de Mayo


Tema de la Semana: La Presencia Manifiesta de Dios

La presencia de Dios es real, llena de amor y completamente transformadora. Ella toma lo que estaba roto y lo sana. Nos toma cuando estamos perdidos y nos guía a nuestro lugar legítimo en el Padre. Satisface a los cansados, trae luz a la oscuridad y derrama la lluvia refrescante del amor de Dios en las partes más secas y profundas del alma. En la Biblia una historia tras otra nos relata cómo Dios baja para encontrarse con sus hijos allí donde están, y tu Padre celestial hace lo mismo por ti hoy. Él anhela dar a conocer la realidad de su presencia, desea refrescarte con su cercanía. Fuiste creado para encontrarte con Dios y nunca estarás satisfecho hasta que vivas continuamente la experiencia para la cual fuiste creado. Permite que tus deseos de encontrarte con el Dios vivo se intensifiquen esta semana mientras leemos historias poderosas de personas que se encontraron con su presencia manifiesta. Responde a la palabra de Dios buscando aquello para lo que fuiste creado: un encuentro continuo con tu Padre celestial.

Moisés, Isaías y la santidad de Dios

Pasaje Bíblico: “Estando allí, el ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía”.  Éxodo 3:2

Devocional: 

Dos de los encuentros más poderosos con la presencia de Dios que tenemos registrados, fueron con Isaías en Isaías 6:1-7 y con Moisés en Éxodo 3:2-6. Abramos nuestros corazones para aprender de estos encuentros y permitamos que nos guíen a un encuentro poderoso con el Dios vivo.

Isaías 6:1-7 dice: 

“El año de la muerte del rey Uzías, vi al Señor excelso y sublime, sentado en un trono; las orlas de su manto llenaban el templo. Por encima de él había serafines, cada uno de los cuales tenía seis alas: con dos de ellas se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies, y con dos volaban. Y se decían el uno al otro:

‘Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso;
  toda la tierra está llena de su gloria’.

 Al sonido de sus voces, se estremecieron los umbrales de las puertas y el templo se llenó de humo. Entonces grité: ‘¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al SeñorTodopoderoso!’

 En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar. Con ella me tocó los labios y me dijo:

‘Mira, esto ha tocado tus labios;
tu maldad ha sido borrada,
 y tu pecado, perdonado’”.

Isaías demostró que experimentar la santidad de Dios y ver el propio pecado a la luz de su santidad son partes consistentes e importantes de encontrar la presencia de Dios. Una y otra vez en la Biblia, el pueblo de Dios ve su propio pecado, se arrepiente y se cura después de tener un encuentro con la presencia de Dios. De hecho, Moisés tiene una reacción similar al estar en la presencia de Dios por primera vez en Éxodo 3:2-6:

“Estando allí, el ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía, así que pensó: ‘¡Qué increíble! Voy a ver por qué no se consume la zarza’. Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: ‘¡Moisés, Moisés!’. ‘Aquí me tienes’, respondió. ‘No te acerques más’, le dijo Dios. ‘Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa. Yo soy el Dios de tu padre. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob’. Al oír esto, Moisés se cubrió el rostro, pues tuvo miedo de mirar a Dios”. 

A la luz de la asombrosa santidad de Dios, Moisés se llenó de temor al mirar su rostro. Estas dos descripciones de la presencia de Dios ilustran una verdad importante para todos: la luz de la santidad de Dios tiene la capacidad de penetrar en la profundidad de nuestra alma, sacando a la luz la oscuridad que nos destruye desde dentro. Mi oración de hoy es que sigamos los ejemplos de Moisés e Isaías y permitamos que la santidad de Dios brille sobre nuestro pecado y nos lleve al arrepentimiento. Que hoy podamos experimentar sanidad al igual que Isaías, cuando el ángel del Señor lo limpió con el carbón.

La presencia de Dios ilumina nuestro pecado y quebrantamiento, porque debemos caminar en la justicia para que podamos vivir la plenitud de la vida que Dios desea. Es por el amor de Dios que él revela nuestro pecado. Debido a que Dios anhela que experimentemos una vida de santidad y libertad como sus hijos, él ilumina nuestra oscuridad y nos lleva a la luz gloriosa de la justicia.

Dios promete en Isaías 42:16: “Conduciré a los ciegos por caminos desconocidos, los guiaré por senderos inexplorados; ante ellos convertiré en luz las tinieblas, y allanaré los lugares escabrosos. Esto haré, y no los abandonaré”. Y 1 Pedro 2:9 dice: “Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable”. El deseo de Dios siempre ha sido llevar a sus hijos a su justicia. El anhelo de Dios de que participemos en su naturaleza divina ha sido uno de sus principales deseos desde el primer pecado de Adán y Eva. Y a través de la vida, muerte y resurrección de Cristo, nuestra naturaleza ha sido transformada. Efesios 2:1-6 dice:

“En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia. En ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales”.

Has sido liberado de lo que una vez te separó de tu Padre celestial. Pero la clave para experimentar esta libertad es permitir que Dios ilumine lo que ya no te pertenece: tu pecado. Debes caminar como un hijo de la luz, no como un hijo de ira, pasando tiempo para encontrar la santidad de Dios que te transformará de adentro hacia afuera. Pasar tiempo en tierra santa como lo hizo Moisés te sanará de los pecados que te enredan. Pasar tiempo permitiendo que Dios te revele tu pecado y te lo purifique como lo hizo con Isaías, te permitirá elegir la luz sobre la oscuridad. Una parte vital de encontrar a Dios es arrepentirse de nuestro pecado a la luz de su maravilloso y santo amor por nosotros.

Experimenta la santidad de Dios hoy al entrar en la oración guiada. Arrepiéntete de lo que hay en ti que no esté en línea con tu nueva naturaleza en Cristo y camina como hijo de Dios que eres a la luz de su maravillosa y poderosa gracia.

Guía de Oración: 

1. Medita en los encuentros de Moisés e Isaías con la santidad de Dios. Ponte dentro de la historia. Imagínate a ti mismo como el personaje. Siente lo que habría sentido Moisés. Mira lo que él habría visto. Permite que las historias de la Biblia cobren vida a tu alrededor.

“Estando allí, el ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía, así que pensó: ‘¡Qué increíble! Voy a ver por qué no se consume la zarza’. Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: ‘¡Moisés, Moisés!’. ‘Aquí me tienes’, respondió. ‘No te acerques más’, le dijo Dios. ‘Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa. Yo soy el Dios de tu padre. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob’. Al oír esto, Moisés se cubrió el rostro, pues tuvo miedo de mirar a Dios”. Éxodo 3:2-6

“El año de la muerte del rey Uzías, vi al Señor excelso y sublime, sentado en un trono; las orlas de su manto llenaban el templo. Por encima de él había serafines, cada uno de los cuales tenía seis alas: con dos de ellas se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies, y con dos volaban. Y se decían el uno al otro:

‘Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso;
  toda la tierra está llena de su gloria’.

 Al sonido de sus voces, se estremecieron los umbrales de las puertas y el templo se llenó de humo. Entonces grité: ‘¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!’

 En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar. Con ella me tocó los labios y me dijo:

‘Mira, esto ha tocado tus labios;
tu maldad ha sido borrada,
 y tu pecado, perdonado’”. 

Isaías 6:1-7

2. Permite que la santidad de Dios ilumine las partes más oscuras de tu alma. ¿Dónde tienes pecado no confesado? ¿Qué te impide caminar completamente en la luz? ¿De qué pecado querrá Dios sanarte hoy?

3. Confiesa tus pecados a Dios. Arrepiéntete de cualquier área de oscuridad y gira completamente hacia la luz de la santidad. Descansa en su perdón y permite que éste sea el fundamento sobre el que puedas vivir en la libertad que fue comprada para ti por la sangre de Cristo.

El Salmo 30:11 dice: “Convertiste mi lamento en danza; me quitaste la ropa de luto y me vestiste de fiesta”. Cuando le entregamos nuestro pecado a Dios, él convierte en fuente de alegría aquello que el enemigo había destinado para hacernos daño. El perdón es algo que te hace bailar, cantar y disfrutar de todo corazón. Nuestro Dios toma lo que estaba oscuro y lo aclara. Tomó lo que nos ataba a este mundo, lo colocó sobre los hombros de Jesús y lo mató con el último aliento de su Hijo perfecto. Que descubras hoy un gozo liberador en la presencia del Dios de santidad y perdón, y que vivas tu vida a la luz de la gloriosa gracia que se te ha mostrado a través del amor de Dios. 

Lectura Complementaria: Romanos 8

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