Rechazados
Todos los que el Padre me da vendrán a mí; y al que a mí viene, no lo rechazo. Juan 6:37
¿Alguna vez sintió que su presencia no era bienvenida?
Eso le pasó hace poco a una señora y a su hijo con el dueño del departamento donde vivían. Ese hombre quería a toda costa que se fueran, por lo que les sacó la bañera, la pileta, y la cocina del apartamento.
Aparentemente, también había cucarachas, pero aún así la mujer no se iba. Cuando alguien le preguntó por qué, su respuesta fue: "porque no tengo dónde ir".
Finalmente intervino el Departamento de Salud, quienes multaron al dueño del apartamento por $10,000 dólares, y ayudaron a la señora a mudarse.
Se me ocurre que, en un mundo donde viven miles de millones de personas, nadie debería sentir que no es bienvenido en un lugar, y que no tiene otras opciones de dónde vivir. Sin embargo, la realidad es diferente.
Es por eso que las palabras de nuestro Salvador son tan importantes: "al que viene a mí, no lo rechazo".
Pensemos por un momento en estas palabras. Por más que los demás lo hagan, Jesús nunca nos va a dar la espalda. Sus palabras no son una promesa hecha en el aire. La prueba la tenemos en la Biblia, donde vemos cómo recibió al leproso, al samaritano, al mendigo, al pecador, al sufriente y al despreciado.
Jesús dio su vida por nuestra salvación, para que fuéramos perdonados y amados, y para que tuviéramos un amigo en todo momento y para siempre.
ORACIÓN: Señor Jesús, gracias por buscar al perdido, por tocar al intocable, por ser amigo de quien está solo. Ayúdame a hacer lo mismo en tu nombre. Amén.
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