Uno muere para que todos puedan vivir
Muchos de los judíos que habían ido a ver a María y que habían presenciado lo hecho por Jesús, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron a una reunión del Consejo. — ¿Qué vamos a hacer? —dijeron—. Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, y vendrán los romanos y acabarán con nuestro lugar sagrado, e incluso con nuestra nación. Uno de ellos, llamado Caifás, que ese año era el sumo sacerdote, les dijo: — ¡Ustedes no saben nada en absoluto! No entienden que les conviene más que muera un solo hombre por el pueblo, y no que perezca toda la nación. Pero esto no lo dijo por su propia cuenta sino que, como era sumo sacerdote ese año, profetizó que Jesús moriría por la nación judía, y no sólo por esa nación sino también por los hijos de Dios que estaban dispersos, para congregarlos y unificarlos. Así que desde ese día convinieron en quitarle la vida. Juan 11:45-53
Con tal de “salvarnos”, y de salvar las cosas que consideramos importantes, somos capaces de sacrificar cualquier cosa, hasta a un inocente. Eso es lo que hizo el Sanedrín, la Corte Suprema de Israel.
Jesús acababa de resucitar a Lázaro, quien había estado muerto durante cuatro días, en Betania, un “suburbio” de Jerusalén. La gente le tenía fe, pero los líderes temían lo que los romanos podían llegar a hacer si Jesús se volvía muy popular. Por eso pensaban que era mejor que muriera un hombre, por más inocente que fuera, antes que poner en peligro a toda la nación. Movidos por el miedo y la envidia (ver Mateo 17:18), decidieron que Jesús debía morir, y de esa forma su nación estaría a salvo.
Pero el plan no dio los resultados que esperaban: en 40 años, Jerusalén y la nación judía serían destruidas por los romanos. La salvación de tanto judíos como gentiles iba a llegar por la muerte de un hombre. Jesús tenía que morir para rescatar a todas las personas de las terribles consecuencias del pecado. Su muerte fue también nuestra muerte, y su vida es nuestra nueva vida.
Qué bueno es que Dios puede usar el temor y la envidia para lograr sus propósitos. Dios puede usar todas las cosas, aun las cosas malas que hacemos, para el bien de su pueblo. Es por esto que podemos estar totalmente seguros de que nada – sea bueno o malo – podrá separarnos jamás del amor de Dios que tenemos en Cristo Jesús, nuestro Señor (ver Romanos 8:28, 38-39).
ORACIÓN:
Señor Jesús, danos fe para que te sigamos dondequiera que nos lleves. Amén.
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