El ladrón arrepentido
Uno de los criminales allí colgados empezó a insultarlo: — ¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! Pero el otro criminal lo reprendió: — ¿Ni siquiera temor de Dios tienes, aunque sufres la misma condena? En nuestro caso, el castigo es justo, pues sufrimos lo que merecen nuestros delitos; éste, en cambio, no ha hecho nada malo. Luego dijo: —Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. —Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso —le contestó Jesús. Lucas 23:39-43
Cuando era niño, usaba el dinero que ganaba para comprar soldaditos de juguete. Un día perdí mi soldadito preferido. Lo busqué por todos lados, pero no lo pude encontrar. Algunos días después, la niña de al lado de casa me preguntó dónde estaba ese soldadito (yo no sabía que ella sabía que lo había perdido). Le expliqué que seguramente lo tenía mi hermanita. Entonces ella lo sacó de detrás de su espalda. Estaba sucio, despintado, y era difícil reconocerlo. Me explicó que se me había caído, y ella lo había encontrado. Luego me preguntó por qué le había echado la culpa a mi hermanita por algo que era culpa mía. Y tenía razón.
¿Alguna vez ha perdido algo que valoraba? ¿A quién le echó le culpa por la pérdida?
El ladrón en la cruz al lado de nuestro Señor Jesús no había perdido un soldadito de juguete. Él había arruinado su vida para siempre, y ahora estaba pagando el precio por ello. Cuando el otro ladrón se burló de Jesús, junto con los demás, el primer ladrón defendió a Jesús diciendo: “¿Ni siquiera temor de Dios tienes...? En nuestro caso, el castigo es justo, pues sufrimos lo que merecen nuestros delitos; éste, en cambio, no ha hecho nada malo.” Luego dijo: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.”
El temor a Dios acepta la responsabilidad por el pecado cometido, y luego se vuelve a Dios para recibir misericordia y perdón.
ORACIÓN: Señor Jesús, qué maravilloso fue que abrieras el reino del cielo al ladrón en la cruz. Ayúdame a seguir confiando en que mi entrada en el reino será gracias a tu inocencia, y no la mía. Amén.
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